domingo, 8 de enero de 2017

Reseña: EL NIÑO QUE QUERÍA SER UN GOONIE de Víctor Blázquez.



Autopsias Literarias del Dr. Motosierra presenta:

EL NIÑO QUE QUERÍA SER UN GOONIE de Víctor Blázquez.

Podría decirse que esta historia comienza con Yago Arquero viendo Los Goonies. O tal vez lo hiciera mucho antes, con el sangriento y macabro final de la familia Kostka.

Yago Arquero tiene ocho años y un hermano mayor. Los dos van a pasar junto a su madre las vacaciones de verano en un complejo hotelero llamado El Nirvana. Un lugar perfecto para vivir cientos de sueños y correr aventuras, un paraíso donde hacer amigos y crear su propia pandilla de goonies.

Pero a veces el paraíso es tan solo la fachada que vela una oscura pesadilla.

Víctor Blázquez nos ofrece una historia conmovedora sobre un niño lleno de imaginación. Yago está a punto de descubrir que bajo la perfección se esconden horrores sin nombre. ¿Por qué una niña escribió en la pared del fondo del armario “No quiero estar aquí”? ¿Y qué es eso que se arrastra por la noche hacia su ventana?

Aunque recientemente hayamos, como si de un regalo de navidad se tratara,  desenvuelto y estrenado el año 2017, parece que muchos de nosotros en los últimos meses hemos echado la vista atrás con altas dosis de nostalgia, a una añorada década de los años ochenta donde (Voz de falsete): "Todo era mejor y mas original". Buena parte de la culpa la tienen un montón de representaciones audiovisuales que de algún modo recuperan ese espíritu retro que nos devuelve a nuestros primeros pasos en una cultura o culturas que a día de hoy terminamos rememorando constantemente o que forjarían los orígenes de nuestras actuales referencias de ocio. Aunque el caso de los nacidos en los noventa que ahora van de "ochenters" aún no tiene explicación lógica por ahora vamos a dejarlo pasar.

Stranger Things, Kung Fury o Turbo Kid en el panorama cinematográfico, así como otras muestras en campos como la música, los videojuegos y por supuesto la literatura han hecho que mucha gente se ate el pañuelo en la cabeza dispuestos a regalarnos su propio homenaje a los clásicos inmortales que, todo sea dicho, sin ellos nada sería igual en la mente de lo que aún recordamos esa época con esa sonrisa. Porque los viajes en el tiempo no volverían a ser lo mismo desde que Doc pusiera un condensador de fluzo en un DeLorean. La inteligencia artificial se mostraría como nunca antes desde que un robot decidiera llamarse a sí mismo Johnny 5 y declararse vivo, y criaturas como E.T., los critters o la nave Max harían que guiar nuestra vista a las estrellas fuera tan esperanzador como imaginativo.

El concepto de la amistad tampoco se queda atrás. Esa idea de pandilla, esas interminables y a la vez demasiado cortas tardes con nuestros amigo esperando una nueva aventura mientras soñábamos despiertos, fueron ideas que alcanzaban cotas inimaginables cuando disfrutábamos de los libros del Club de los Cinco o veíamos películas como Una Pandilla Alucinante, Cuenta Conmigo y, por supuesto, Los Goonies.

No es de extrañar que un autor tan polifacético como Víctor Blázquez termine firmando una novela titulada EL NIÑO QUE QUERÍA SER UN GOONIE. Muchas de sus obras parecen querer rendir su peculiar homenaje a los distintos géneros del cine que tanto han cautivado al autor. Los zombis de su saga EL CUARTO JINETE, la terrorífica cara oculta de los nazis de NO EXISTEN LOS MONSTRUOS, el peculiar aporte a esa vertiente argumental que nació con La Mitad Oscura y que el adaptó en PACTO AL FILO DE LA MEDIANOCHE o el inesperado desarrollo que puede sufrir una invasión alienígena en ORILLA INTRANQUILA, son muestras tanto de un gran talento para crear verdaderas películas novelizadas como para enganchar al lector con historias que, pese a partir de ideas establecidas, mantienen su originalidad casi intacta.
Era cuestión de tiempo que las historias de pandillas fueran origen y objetivo de su pluma, más cuando uno disfrutó tanto con esos fragmentos que tocaban el tema de la amistad y la infancia que podíamos leer en la historia protagonizada por Hugo Smith. Y ya cuando el mismo título de su nueva novela hace mención a una película que cambió para siempre mi manera de ver el cien, pues claro... mis expectativas tocan techo.


Entonces yo me pregunto, si el nombre del autor ya es sinónimo de calidad, al igual que la editorial que nos ha traído su obra, si todo apunta a que alguien iba a sacar al niño que llevo dentro para que se divirtiera, rememorando una infancia donde cada día era una oportunidad para nuevos peligros pero también para vivir nuevas aventuras, si estaba casi convencido de que este iba a ser uno de los más atractivos homenajes a la década de los ochenta que tanto hicieron por mostrarme el camino hacia unos sueños que marcarían mi futuro... entonces ¿Por qué leer EL NIÑO QUE QUERÍA SER UN GOONIE me ha dejado tan frío?

No, no quiero que los más morbosos empiecen a frotarse las manos intuyendo la inminente escaramuza porque serán los primeros en llevarse el chasco. Soy consciente de que la mayor parte de la culpa de que la última novela de Víctor Blázquez no me haya gustado tanto como deseaba es casi toda mía. Casi.
Llevaba tiempo buscando un termino para describir lo que me ha pasado con EL NIÑO QUE QUERÍA SER UN GOONIE, y de pronto me acordé del pequeño Data y su habilidad para poner "tuampas" y entonces caí en la cuenta. Yo mismo había montado una de esas trampas para después tirarme a ella voluntariamente. Lo que quiero decir es que estamos ante una novela tramposa, que nos muestra un cebo, un espejismo de lo que crees que va a ser para, cuando ya es demasiado tarde para evitarlo, caer a un incierto vacío.

¿Y qué es lo que yo esperaba de esta obra? Básicamente no un constante, pero si un abundante homenaje al filme de Richard Donner, un montón de aventuras inverosímiles y sobre todo unos personajes profundos, de esos a los que coges cariño nada mas aparecer en la pantalla, como nos ocurrió con Gordi aplastando su batido en la ventana o la primera vez que Bocazas abre su ídem. Por desgracia lo que me he encontrado dista mucho de esto.
Por lo pronto, el nexo que une a Los Goonies con la novela es casi inexistentes y se limitan a que Yago, el niño protagonista ve la película por primera vez de camino a Jávea, y tanto le fascina que le servirá para rememorar un par de situaciones (no muchas más) a lo largo de la historia. Ni siquiera los personajes con los que irá juntándose Yago poseen ese poder de unión de Mikey y los suyos. No son miembros de un grupo por los que darías la vida o con los que irías al fin del mundo... Aquí no hay Goonies, solo la fantasía de imaginar que la relación entre Yago, Toño, Chucky y los demás fuera tan fuerte e irrompible, y esa sensación nunca llega.

Soy de los que dan muchísima importancia a los personajes. Considero que son el principal pilar sobre el que se sostiene una buena historia. Es por eso que no he podido quitarme de encima cierta sensación de desequilibrio, de paredes agrietándose por una mala elección de materiales y sujeción a lo largo de todo el libro. Y es que los protagonistas son muy protagonistas y los secundarios demasiado secundarios, meros figurantes obligados a estar ahí para unir piezas y nada mas.
Vale si, Yago es uno de los mayores aciertos de EL NIÑO QUE QUERÍA SER UN GOONIE, un más que destacable reflejo de algunos fragmentos de nuestra infancia, de esas vacaciones de verano que con tanta ilusión se empiezan y con alivio acaban. Pero Yago es algo más. Es la imagen de una familia desestructurada que intenta desesperadamente volver a la normalidad, intentado dar pasos más grandes de los que sus piernas pueden permitir. Se nota que en el protagonista recae todo el peso de la acción, y eso se ve en sus pensamientos e interacciones con el entorno, pero también con el uso de los tópicos y costumbres que creíamos personales pero que en realidad se convierten en costumbre popular.
Los demás personajes, y aquí hago hincapié en Toño, el hermano mayor de Yago, porque es el personaje donde menos debería pasar, no son libros tan abiertos como este. Muy al contrario, parece que les falta contenido, y el que tienen se encuentra desordenado. Y ¿Cómo se traduce esto en sus personalidades? Pues en sujetos que no tienen muy claro cual es su lugar en la historia, con cambios de humor y de actitud demasiado bruscos que nos hacen dudar muy seriamente sobre las intenciones de estos, pero no en ese tono que llama a la intriga, a los protagonistas que parece que constantemente esconden algo y unas pocas palabras suyas pueden dar la vuelta al guión, no, me refiero a ese tono que hace dudar de la cordura de estos, que tan pronto son los mejores amigos del mundo como se quieren matar a machetazos. Eso si no hablamos de personajes como Sara, cuyo objetivo en la trama más que el de hacer bulto no queda muy claro.

¿Y que os puedo contar de la historia? Bueno, procurando evitar no desvelar nada, Blázquez mantiene su costumbre de seguir creando historias que saben enganchar y que pese a los fallos (Entiéndase como fallos diferencias de opinión personal en la relación escritor/lector, no fallos objetivos del autor), invita a continuar su lectura hasta el final.
De nuevo admito que la sensación de haber caído en mi propia trampa es constante. Uno esperaba encontrar una novela de aventuras, una colección de desafíos que pusieran a prueba a los protagonistas y a la vez supusiera la mejor oportunidad para demostrar sus talentos y habilidades como pasa aquí con Iker y su poco creíble momento de gloria. Sin embargo EL NIÑO QUE QUERÍA SER UN GOONIE es un thriller donde el suspense y el terror predominan por encima de todo lo demás. Es inevitable no pasar por alto como la trama, a medida que avanzamos en la lectura se desvía por derroteros que acarician el cine de serie B de los ochenta con un argumento que al mezclarlo con la época actual en la que se ambienta puede desembocar en dos opciones: Que el lector lo vea como un grato homenaje al cine de género de la época o que llegue un punto en que a este le cueste cada vez más tomarse la lectura en serio. Lo que ha hecho aquí Víctor es recoger el relevo de un tema usado hasta el desgaste y lo adapta a los ¿Tiempos modernos? con mejor o peor resultado dependiendo de quién lo lea y sobre todo de lo que se espera.

Por suerte como decía, el hecho de que esta novela este escrita por Víctor Blázquez es, como es costumbre, una virtud. el lenguaje cinematográfico patente en cada capítulo eleva el apartado visual hasta ese límite que tiene que haber en todo. Víctor dirige la novela como un director dirigiría una película, haciendo que los momentos más importantes nos entren bien por los ojos antes de pararse en nuestra mente. Hay dos curiosos contrastes con los que juega en la narración. Por un lado, dos capítulos que están escritos por dos autores invitados, Darío Vilas y Claudio Cerdán, quienes sacrifican ese apartado visual (sin eliminarlo) por un carácter más profundo donde las imágenes importantes se forman en el interior de la mente de los personajes en lugar de delante de sus ojos. Por otro, EL NIÑO QUE QUERÍA SER UN GOONIE puede confundirse a veces con una novela de corte juvenil... si no fuera por alguna que otra escena escabrosa de alto contenido violento que a veces como decía, contrasta y otras desentona con el tono en que se cuenta la trama.

Así que en definitiva, si EL NIÑO QUE QUERÍA SER UN GOONIE no me ha gustado no ha sido porque sea una mala novela, muy al contrario, sino porque ha generado unas expectativas en mi cabeza que luego desgraciadamente no ha cumplido. Quizá haya querido salir afuera mi fanboy oculto, ansioso por una dosis de nostalgia, de una droga que tiene un nombre tan apetitoso y atrayente para que luego entre los ingredientes no se encuentren ninguno de los que esperaba. Si lo que queréis en cambio es una novela de suspense sin demasiado giros argumentales sino más bien tirando a lineal, una lectura muy cinematográfica del estilo de estar leyendo páginas y pensar al mismo tiempo "que bien quedaría esto protagonizado por fulano" y por supuesto escrita de la manera ágil, directa y con un uso de tramas tan conocidas como interesantes, adelante, no os sentiréis defraudados. Creo.

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