Autopsias Literarias del Dr. Motosierra presenta:
EL SEÑOR DE LAS MOSCAS de William Golding
«Jack levantó la cabeza del animal y clavó la blanda garganta en la punta afilada del palo, que surgió por la boca del jabalí. Se apartó un poco y contempó la cabeza, allí clavada, con un hilo de sangre que se deslizaba por la estaca».
Las novelas de William Golding, inquietantes fábulas morales, exponen a los protagonistas a situaciones de aislamiento extremo, tanto físico como psicológico y espiritual; así se encontrarán con los instintos más recónditos y oscuros y, como en El Señor de las Moscas, con las leyes primordiales de la existencia y la convivencia, no pocas veces sustentadas en la aniquilación del contrario.
Destaca Golding por su examen profundo del comportamiento de personajes que ya no obedecen a las convenciones de la civilización y cuya conducta los lleva a un conflicto entre fuerzas que podríamos definir como del mal y del bien. Ese enfrentamiento turbulento y despiadado da lugar, inevitablemente, a una inquietud metafísica, a una desazón angustiante. En su arte narrativo, diálogos, descripciones y presunción de pensamientos dan forma a un espacio en el que el lector se siente contenido y, no pocas veces, oculto, mas no como espectador sino como partícipe involuntario.
El Señor de las Moscas, una alegoría aterradora, es su obra maestra. Las ilustraciones del virtuoso artista argentino Jorge González transitan desde el bucolismo dictado por la naturaleza a la pavorosa incertidumbre a que da lugar la inocencia.
¿Qué convierte a una aparentemente sencilla novela de situación en un clásico atemporal?
Es tanta la variedad de razones que la respuesta resulta casi impensable. Bueno... al menos estoy seguro que la acumulación de premios y/o galardones no tiene nada que ver con el reconocimiento de la obra, o al menos un reconocimiento que dure décadas o incluso siglos. ¿Cuántas obras de géneros variados que han ganado cinco, siete o diez premios hay hoy en día están descatalogados en librerías y ya nadie habla de ellas? Muchísimas. Así que no, es otra cosa la que convierte un simple libro en una idea, un pensamiento recurrente, un mensaje reivindicativo o un trabajo de instituto para nota. O igual es que las cosas no funcionan así, que realmente no se espera que el lector capte un mensaje con distintas interpretaciones para que se termina deformando o al menos terjiversando su significado, no... igual es que esa idea aguarda, paciente, dispuesta a infectar una historia aparentemente inocente o guiada por otros derroteros con un mensaje tan obvio a la vez de esquivo que es imposible pasar por alto.
Y resultan curiosas las elecciones que a veces toman estos textos reivindicativos, estas palabras a veces revolucionarias, a la hora de elegir géneros. Fábulas de animales como REBELIÓN EN LA GRANJA o relatos de ciencia ficción distópica como 1984, ambas de George Orwell son claros ejemplos entre incontables de cómo un objeto que en apariencia existe para entretener como es una novela termina convirtiéndose en un megáfono a todo volumen, emitiendo propaganda a veces profética con la intrigante habilidad de ver con más claridad que muchos estadistas del futuro. No en cifras ni hechos históricos, sino en la moral humana, la ética y la capacidad de éste de adaptarse a unas necesidades o responsabilidades. Una idea que William Golding reflejó de la misma manera en EL SEÑOR DE LAS MOSCAS.
El problema a día de hoy de que un lector actual quiera analizar una obra como esta, es que lo hace condicionado por su etiqueta y por consiguiente con cierto miedo a lo que los que se creen más puritanos se le echen encima al grito de "hereje", "blasfemo", "inculto" y demás lindezas. No, no por ello estoy diciendo que os vayáis preparando para un amplio catalogo de descalificaciones y criticas destructivas hacia la obra del premio Nobel. Muy al contrario, reconozco que estamos ante un gran libro, pero si hay algo que me condicionó a la compra, lectura y opinión de la novela no ha sido la popularidad del título, sino el brillante trabajo de edición que la editorial Zorro Rojo ha hecho con este tomo. No es fácil dejar pasar un título tan potente encuadernado en tapa dura de gran formato con ilustraciones interiores realizadas por el argentino Jorge González. Una muestra más de que estamos ante una editorial que ve en un libro no solo un puñado de hojas encuadernadas, sino una obra de arte.
Cada vez que oía mencionar EL SEÑOR DE LAS MOSCAS en cualquier medio no podía (ni puedo ahora) evitar recordar cierta caratula de una cinta VHS en la que se mostraba la imagen de un niño colocando casi con mimo la cabeza cercenada de un jabalí en una estaca, una imagen recurrente que me ha perseguido desde entonces, haciéndome sentir inquieto, incómodo y provocándome una repulsa que entonces, cuando contaba con solo 10 años únicamente asociaba a lo desagradable de la escena. Hoy, habiendo descubierto el trasfondo que rodea dicha imagen, la repulsa se mantiene, pero en mayor medida ya que el miedo que trasmite es más real, no la sensación que pueda provocar un animal muerto en un niño, sino lo que representa esa escena: caos, instinto, supervivencia, fuerza,... pero a la vez sumisión, terror, un eco de la sociedad sin orden ni democracia, sin libertad pero también dominada por la supremacía del más fuerte, el liderazgo guiado por el miedo a lo conocido y lo que no lo es.
Estas son algunas de las ideas que flotaban por mi cabeza mientras leía EL SEÑOR DE LAS MOSCAS, en la que Golding parte de un escenario casi paradisíaco que no escatima en describir y evocar con sus textos para, en una especie de experimento social, situar a un buen número de niños supervivientes sin el amparo, consejo o supervisión de adultos en la más terrible de las situaciones.
Una de las primeras cosas que llaman la atención en los comienzos de la novela es la sensación de desorientación que el autor refleja en nosotros, como abrir los ojos y, afectados por una extraña amnesia o sueño persistente, nos cuesta reconocer el entorno que nos rodea, sabiendo incluso menos que sus protagonistas, aunque no por ello nos sentimos preocupados, ya que parece existir cierta jovialidad, falta de inquietud propia de un niño pero a niveles desproporcionados, casi irreales. ¿De verdad acaban de sobrevivir a un accidente aéreo?, ¿Son conscientes de su situación y aun así sacan tiempo para juegos y sonrisas?. Claro, nada de esto concuerda con lo que imaginamos en un principio, pero todo forma parte del encanto que envuelve el desarrollo tanto de la trama como de sus personajes. Somos testigos del cambio a marchas forzadas, de una ruptura de prioridades e ideas, del prematuro paso de la inocencia a la madurez, del intento de trasformar el caos que rodea la convivencia y que supone forma parte de la mente de todo niño en orden y disciplina adulta, porque es la única manera, porque sus vidas están en juego. Y en los juegos adultos uno a veces se apuesta algo más que unas chapas.
Una de las primeras cosas que llaman la atención en los comienzos de la novela es la sensación de desorientación que el autor refleja en nosotros, como abrir los ojos y, afectados por una extraña amnesia o sueño persistente, nos cuesta reconocer el entorno que nos rodea, sabiendo incluso menos que sus protagonistas, aunque no por ello nos sentimos preocupados, ya que parece existir cierta jovialidad, falta de inquietud propia de un niño pero a niveles desproporcionados, casi irreales. ¿De verdad acaban de sobrevivir a un accidente aéreo?, ¿Son conscientes de su situación y aun así sacan tiempo para juegos y sonrisas?. Claro, nada de esto concuerda con lo que imaginamos en un principio, pero todo forma parte del encanto que envuelve el desarrollo tanto de la trama como de sus personajes. Somos testigos del cambio a marchas forzadas, de una ruptura de prioridades e ideas, del prematuro paso de la inocencia a la madurez, del intento de trasformar el caos que rodea la convivencia y que supone forma parte de la mente de todo niño en orden y disciplina adulta, porque es la única manera, porque sus vidas están en juego. Y en los juegos adultos uno a veces se apuesta algo más que unas chapas.
... Aunque insisto, esta edición, publicada por EL ZORRO ROJO se convierte en un aliciente más para tener un clásico de la literatura en un formato de lujo, cuyo texto, acompañado por los claroscuros tonos de las ilustraciones de Jorge González otorgan a la lectura de una ventana por la que asomarse y ver la isla como nunca antes.
MUY BUENA RESEÑA, estimula la lectura de este clásico.
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