El Segundo premio es para Tania A. Alcusón por su ALMAS A FLOR DE PIEL:
Cuando tengo sus manos pequeñas y suaves entre las mías me siento un poco extraño. Quisiera ser un trozo de su piel para ser acariciado a cada día por ellas.
Cuando mis dedos se detienen sobre las durezas de los callos en los suyos, descubro maravillado lo difícil que fue la vida con él.
Cuando mis uñas sucias arañan con suavidad sus uñas pintadas destrozándolas, una electricidad me recorre. Me excita saberla tan imperfecta a pesar de las apariencias.
Ahora, en mi mesa de trabajo, siento la piel flácida y arrugada del dorso de unas nuevas manos. Las lágrimas afloran a mis ojos mientras siento la plenitud del Tiempo reflejada en cada pliegue que las recorre. Me deleito acariciando cada articulación retorcida de sus dedos. La edad no perdona cuando los años pasan... El resto del cuerpo sólo son desperdicios. Las manos son las que recogen el tacto y la sensación de cada vivencia de nuestra vida.
Éstas todavía sangran al ser separadas del cuerpo, pero los colgajos son limpios; con sutura quedarán perfectas para la exposición del lunes que titularé: Almas a flor de piel.
Me apasionan las manos. Siempre he creído que son un fiel reflejo del interior de cada uno. Un trocito de alma. ¡Me encanta mi colección de almas! Seguro que os hipnotiza como a mí.
El primer premio se lo lleva Mikel Patón y sus CIENTO TREINTA MARCAS:
Ciento treinta marcas
Se mueve...
Intenta fundirse con las sombras, pasar desapercibido y atravesar la calle sin que nadie se fije en él.
Pero no puede.
Yo le he visto. Llevo horas esperándole, investigando cualquier revoloteo de un papel. Cualquier destello delator. Cualquier remolino de polvo agitado por el viento que pudiese traicionar un paso en falso.
Su cabeza se siluetea contra el fondo estucado de una pared. Busca las señales que puedan delatar mi presencia.
En vano.
Observo su rostro en mi visor, la cruz filiar centrada sobre su frente. El viento mueve suavemente los extremos sueltos de su gutrah. Compenso en dirección contraria, un par de puntos en la retícula. Y elevo otro punto para compensar la caída del proyectil.
Me concentro en el latido de mi corazón, acompasando mi respiración, débil y superficial, al mismo ritmo.
Sístole, inspiración. Diástole, espiración. Sístole, inspiración. Diástole, espiración.
Mi dedo se curva suavemente, relajado, arrastrando el gatillo hasta que noto el breve salto en su recorrido.
Espiro.
Contengo la respiración durante una sístole más, y curvo un poco más el dedo del gatillo tras la siguiente diástole.
Como siempre, el disparo me sorprende.
Su cabeza estalla en una nube de bruma rojiza, y el hajji se desploma. La bolsa cargada de granadas se escurre entre sus manos sin vida, a dos metros del cadáver del muyahidín armado con el RPG que abatí hace tres días.
—Buen tiro, Gunny —susurra mi observador—. Un insurgente menos...
Pobre idiota.
Nunca conocerás la sensación de euforia. De plenitud. De alivio.
Antes maldecía a Dios por mi hambre. Mis ansias de matar. Esa necesidad incontrolable de arrebatar la vida a mis semejantes con extrema violencia.
Ahora agradezco al cuerpo de francotiradores de los MARINES por permitirme saciarlas.
Ciento treinta y una marcas...
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